Armando Vega-Gil
Que los abusos contra las mujeres deben parar es indudable y urgente. También, ver a dónde nos lleva la rabia, en un mundo ya jodido por maniqueísmos y oídos sordos, cuando somos innegables victimarios simplemente por ser hombres y cuando damos por verdad una sola declaración en aras de terminar con una sumisión histórica. Así como los pobres no son buenos por no tener riqueza y los niños no son puros por ser menores, ninguna persona es veraz o voraz solo por identificarla como parte de un sector. Estar en contra de la impunidad también implica recordar lo difícil que ha sido que se reconozca la presunción de inocencia, en la que nadie debería ser señalado como culpable hasta que no se demuestre; sin embargo, en las redes sociales hay evidencia de lo dispuestos que estamos a mostrar vileza en busca de una pretendida equidad. Tanto en redes como en el boca a boca se lanzan acusaciones, no denuncias (muy necesarias por la vía penal, aunque tengamos razones para desconfiar del sistema judicial). Luego del linchamiento, ¿qué sigue tras los señalamientos? ¿Ir con piedras y lanzallamas a acabar con los que ni siquiera merecen réplica porque fueron culpables instantáneamente? ¿Cuánto desprecio es suficiente? ¿Qué resarcimiento se espera? ¿Se busca justicia o venganza? 🥶🥶🥶